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lunes, 11 de mayo de 2020

DE MADRID A LEKEITIO PASANDO POR EL BALNEARIO DE ARETXABALETA




Balneario de Arechavaleta
fotografía del Ayuntamiento de Aretxabaleta.

Los baños de Aretxabaleta, la Casa de Baños de Ibarra o los Baños Viejos.
Durante en siglo XIX existieron dos centros minero-medicinales que fueron conocidos por el nombre arriba citado.
Hoy en día mana el agua de la fuente de Ibarra, apreciándose  su olor a sulfídrico.
El Mercurio de España del año 1826 daba la siguiente noticia: En la jurisdicción de la villa de Mondragón y a media legua de la población, se encuentra la aldea de Guesalivar o Santa Águeda conocida desde tiempo inmemorial por los muchos enfermos que vienen a beber  y tomar el agua hidrosulfurosa que nacen delante de su parroquia.
Los visitantes se acomodan en los caseríos, la fama de estas aguas hace que halla aumentado la afluencia de gentes.
Lo que hace imposible alojar a tanta gente y en vista de esto se proyecta construir una casa de baños, con su fondo u hospedería contigua a ella, al año siguiente ya estaba funcionando a pleno rendimiento la hospedería, con notable éxito.
Tenía doce bañeras de agua sulfurosa y dos de dulce, todas de mármol. Con baños de vapor igual a los que hay en  el Tívoli de París de los señores Tryaire y Jurine.
El balneario de Santa Águeda se hizo famoso por el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo, a manos de un anarquista italiano Michele Angiolillo en plena temporada de baños el 8 de agosto de 1897.


El balneario de Arechavaleta abrió sus puertas en el año 1843, en la antigua carretera que va de de Madrid a Francia, entre los pueblos de Eskoriatza y Aretxabaleta. Su propietario se llamaba Ricardo Tejada y el doctor Breñosa el primer médico.
Tenía el balneario dos edificios, el primero era de hospedería y la segunda zona de baños y ambos comunicados por una galería acristalada.

El 24 de junio de 1852 en el periódico La Época se publicaba un extensa artículo, sobre los planes vacacionales de los madrileños.
Como ya anunciábamos el otro día la sociedad madrileña comienza a dispersarse huyendo de los rigores de la próxima canícula, los pueblos de baños medicinales y los puertos de mar son los que prefieren los madrileños.
Nos parece oportuno en estos días que tanto se habla de baños y de viajes ofrecer a nuestros lectores un panorama de los baños más notables y más favorecidos por la gente.
Nadie disputa a las provincias Vascongadas la primacía en los baños y todos lo reconocen que están al frente de ese movimiento de progreso y de perfección que se advierte en estos establecimientos durante estos años.
Los tres más celebres están en la provincia de Guipuzcoa, por el camino Real que conduce de Madrid a Bayona, entre los pueblos de Escoriaza y Arechavaleta, llama la atención del viajero la de una gran puerta situada  a la derecha de la carretera que indica la entrada a uno de los establecimientos de baños minerales que más honor hacen a España, salvada la puerta se atraviesa un lindo parque cuyo pavimento sirve de puente a un viaducto y a la izquierda se divisa la casa de la hospedería que sube al albergue de los bañistas, a la derecha la casa de baños, en el centro un paso de comunicación entre los dos edificios.
Un jardín cerrado con verja de hierro que embellece el recinto cercado, por un lado y por otro verdes valles y elevados montes.
Esa casa de baños y hospedería son los de Arechavaleta construidos en 1842, tiene tres pisos el principal es el salón donde se reunen por la noche los bañistas, adornado con elegancia y sencillez, provisto de piano y mesas de juego. En el piso de abajo está el grandioso comedor de hermosas columnas que han sustituido el tabique que dividía a esta y la cocina, que se prolonga por toda la extensión de la sala, las ventanas dan al jardín.
La inmensa mesa para cuarenta u ochenta comensales, frente a la puerta del comedor la sala de billar y el gabinete de lectura.
Hay una fuente donde nace el manantial junto a la casa de baños, un salón de 120 pies de largo y 18 de ancho con su cúpula de cristales, adornado con estatuas y jeroglíficos, banquetas en la pieza de descanso.
Ocho gabinetes y cada uno tiene dos cuartos  independientes para bañarse con luz graduada.
Las pilas de las bañeras son de mármol bruñido de una sola pieza y de grandes dimensiones, en extramuros del salón está la máquina de calentar el agua y al lado opuesto una gran puerta que se abre los domingos y festivos  con un altar donde se celebra la misa.
Si es agradable vivir en los días de estío en una casita pintoresca cercada de verdes montes, situada en un ameno valle y bañada por las aguas del Deva que besan sus cimientos, más agradable es todavía ver como se deslizan las horas en medio de una sociedad escogida en la que se disfrutan de todos los placeres de la vida, de la intimidad e independencia.
Santa Águeda por su situación topográfica y por su bellísimo paisaje en que está colocado lleva mucha ventaja sobre Arechavaleta.
Santa Águeda es un verde vergel a donde no llegan los rayos de sol en agosto, para hacer una vida campestre y retirada.
Ni el ruido de las diligencias, ni las sillas de los correos vienen alterar la tranquilidad, Arechavaleta no puede disputar con Santa Águeda por su belleza y situación privilegiada.
El edificio de la hospedería no esta a la altura de los de Arechavaleta y Cestona.


El periódico La Época del 8 de agosto 1857, artículo de Pedro Fernández y Ramón de Navarrete, director del periódico La Época.
Este director fue el primer periodista de la prensa del corazón en España, nació en Madrid en 1822 y murió en Madrid en 1897.

Conque decididamente quiere usted señor director que le cuente mis impresiones del viaje por este delicioso País Vasco, al que profeso tanto cariño, como si la fortuna me cuidase de haber nacido en sus frescos valles o en sus elevadas cumbres.
No acostumbro a negar nada a usted, nada he de complacerle como en todo en lo que ahora me pide y voy pues a correr la pluma, tosca y desaliñada y a referirle lo que me ha sucedido en esta excursión de un mes escaso.
Salí de Madrid cuando aún no sentía los calores caniculares y vine de un tirón hasta el bello establecimiento de Baños de Arechavaleta.
Uno de los favoritos de la sociedad madrileña y también uno de los mejores de España, lo conocen o han oído hablar de él o piensan visitarlo, si nada de esto sucede le puedo leer su descripción  en la guía del viajero o en este libro que publica el señor Rubio, de Aguas Minerales.



Interior del balneario de Aretxabaleta
fotografía del Ayuntamiento de Aretxabaleta

No voy ha entrar en las descripciones del balneario tengo muchísima aversión  a lo vulgar, le diré que personas conocidas he visto en Arechavaleta, la condesa de Oñate con su esposo el duque de Tamames, el conde de Altamira con la menor de sus hijas, la marquesa de Regali con su primogénita, la linda y graciosa  Campanar, la señora y señorita García Goyena, la Mendez Vigo,la de Erezuma, la de Álvaro Jové, los de Rábago y Quesada, de Ortíz, Zúñiga, Vilella, de Tenorio, la condesa de Villarín, el apreciable señor Lorenzo de la Somere con su hija, el joven marqués del Puente de la Virgen, don Pío de la Sota, un amigo nuestro que habiéndose despedido para Chamberí, viaja de incógnito lo que hay que respetar.
Dejó algunos alegres jóvenes de Bilbao y Valladolid que eran los principales huéspedes del establecimiento y como sus dolencias no eran graves era gente muy dispuesta en general  para toda clase de diversiones y bromas.
La vida que se hace en estas casas de baños no puede ser más agradable , porque esta sociedad perpetua desde las siete de la mañana hasta las once de la noche y porque reina el buen humor constantemente y sin alternativa.
La mañana se emplea en tomar las aguas y los baños hasta la una del mediodía, cuando suena la campana nos convocan en el comedor a los amigos y extraños, a los conocidos de ayer que serán hoy mismo amigos y los extraños a los conocidos de ayer que serán hoy mismo amigos, a los que acaban y principian la temporada.
Encontrar entre tantos individuos uno que esté desganado constituye un verdadero fenómeno digno de estudio y compasión. 
Porque el apetito suele ser igual para todos, así desaparecen como por encanto las merluzas colosales, las pirámides de croquetas, los lomos de vaca, las aves, los castillos de almendras o los quesos helados.
La presidencia de la mesa se lleva por rigurosa antigüedad de modo que los más ancianos de argentada cabellera o de respetable peluca han estado muchos días mudos prendados de una señorita de 18 años y un pollo de 17 años.
Después de comer se organizan las partidas en el inmediato  establecimiento de Santa Águeda y se hacen proyectos para más tarde, se juega al tresillo o al ecarlé o se suelen dar cencerradas a los jóvenes que duermen la siesta, que es una costumbre patriarcal.
Luego van a la inmediata Ollería cuyo dueño es uno de los hombres más fecundos y laboriosos de nuestra época porque produce un hijo cada año  y sesenta cazuelas cada día.
A las seis de la tarde se toma el chocolate y dulces y comienzan los paseos a los pueblos inmediatos Escoriaza y Arechavaleta.
El señor Otalora va para ver a esas horas, como pasan las diligencias de Madrid. 
Unos suben a los montes o se van al castañar, no faltando quienes llegan hasta Mondragón que está a cerca de una legua, para comprar unos excelentes bizcochos en la fábrica.
Porque la idea fija en todos los enfermos es la gastronomía, preguntan si había chocolate de la mañana para comer y por la noche la misma pregunta.
Hay personas a las que les parece poco cuatro comidas y añadían la quinta, un ligero refrigerio a las doce de la mañana y el director con el horario de comida a la una del mediodía.
Por la noche los sonidos del piano congregaban  en el salón a las ocho  a todos los aficionados a la danza y allí se les ve triscar y saltar, lo mismo a los pollos que a los gallos, a los de nevada cabellera y a los de cráneo reluciente, a las niñas solteras y a las señoras casadas. Otras juegan al cucharón, a la gallina ciega y a las calabazas en fin a esas mil inocentadas y diversiones que entretienen las noches de invierno.
Dos veces he ido a visitar a los bañistas de Santa Águeda y el propietario del establecimiento señor Mendía una de las personas más estimables, uno de los caracteres más francos y más expansivos que conozco. Su esfuerzo, su diligencia, su buena voluntad son inagotables, el que le ha visto una vez no le olvida nunca.
La concurrencia en Santa Águeda es más numerosa que en Arechavaleta, los socios cantaban con la música de dos señoritas Polo y San Vicente que compiten con una sonora voz, mérito artístico y amabilidad.
Una tarde después de comer improvisaron en nuestro honor un concierto delicioso por espacio de dos horas, Roberto el diablo y la Traviatta y unos lindos juguetes de distintas zarzuelas.
Allí estaba la ilustre escritora y poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Cuando tomé los nueve días de aguas y otros tantos de baños, cuando se conoce todos los primores del cocinero, cuando aparece una generación y vuelve a desaparecer una generación de bañistas, la prudencia aconseja buscar nuevos sitios, como yo lo hice en el undécimo día de mi llegada Arechavaleta.
Me dirigí a Lequeitio puerto de mar de la provincia de Vizcaya, que no conocía y del que no había oído hablar.
A la puerta de mi alojamiento me esperaban un grupo de jóvenes que me llamaban a gritos, para visitar con ellos los altos de Santa Catalina.
Llego a Vergara con el conocido Seminario de Vergara donde estudió la gente acomodada y la nobleza vasca, subimos la cuesta de Elgueta tan empinada como la de Descarga. Íbamos al paso lento y pesado de los bueyes que arrastran el carruaje, admiro la magnificencia del paisaje, el esmerado cultivo de los montes y la constancia del hombre que obtiene de la escasa esterilidad del suelo, los copudos castaños, los gigantescos nogales, los manzanos cargados de fruta y los maíces que son el trigo de los aldeanos de Guipuzcoa.
¡Cuantas maravillas que ni siquiera sospechan los infelices madrileños!, solo acostumbrados admirar los yermos campos, los áridos arenales donde se asienta la corte de España.
Otra cosa que les sorprendería todavía más, un pueblo desinteresado, con una generosidad que contrasta con la avidez de nuestras ciudades.
Al pasar por un lindo caserío cerca de Elgueta pedí un vaso de leche que me fue servido al instante con la mejor voluntad del mundo. 
En Madrid se hubieran aprovechado para pedir una peseta, por lo que solo vale unos cuartos, fueron inútiles los esfuerzos por hacerle aceptar algo por el vaso de leche. " Me dijo el agua y la leche son de Dios para repartir entre quienes lo piden". Y después de haber pronunciado esta frase sublime me hizo un respetuoso saludo y se retiró a su humilde morada.
Bajando de Elgueta en el centro de un pintoresco valle se hallan los baños sulfíricos de Elorrio no lejos del pueblo del mismo nombre, después se llega Abadiano y por fin arriba a Durango.
Los baños de Elorrio habrían la temporada desde primeros de junio hasta finales de setiembre, en la temporada del año 1879 tuvieron 772 bañistas, entre los dos establecimientos el nuevo se llamaba Velerín y el edificio el más antiguo.
Contaban con dos abundantes manantiales el de Belerin que eran aguas sulfurosas nitrogenadas y el de Santa Catalina sulforosas carbónicas
Cocinaban dos guisanderos venidos de Madrid de gran prestigio, disponían de grandes salones, mesas de billar, largos y arbolados paseos, con jardines y una báscula metálica, disponían de telégrafo.
Los coches Ripper llegaban a Durango, este trayecto duraba 40 minutos.
El propietario de los baños era don Casto Zavala y la dirección corría a cargo del doctor Nicolás Sanchez Real.
También estaba el balneario de Castillo Elejabeitia con aguas de sulfurado cálcico, con la temporada de junio a setiembre y su director se llamaba Pablo Iñiguez.
Había un servicio diario de coches desde Bilbao, en la calle Bidebarrieta, 23. La salida a las 6,30 de la mañana y llegaba a las 3,30 de la tarde.

Si alguna vez amigo mío llega usted a Durango al anochecer , no duerma en la antigua corte de don Carlos, si tiene por desgracia pasar la noche allí, pásela en el carruaje y no entre en sus paradores o posadas y si se ve obligado atravesar los umbrales de alguna no se dirija, se lo ruego con lágrimas en los ojos a la de Sotero, donde por mal de mis pecados fui aposentarme a mi llegada a la famosa villa vizcaína. Recibiéndome el posadero en un zaguán sucio y oscuro con un candil en la mano, un candil señor director, que podía ser el de la mismísima Maritornes en este siglo del gas y la electricidad.
Antiguo Hospital psiquiátrico de Santa Agueda
foto de Indalecio Ojanguren


Lo peor fue que en el Hotel Sotero todo estaba en perfecta armonía, como el candil, los cuartos eran malos, pero exhalaban miasmas nauseabundas, las camas eran dignas de los cuartos, aunque estos albergasen ratones y pulgas y moscas en abundancia.
La cena correspondía al candil, a los cuartos y a las camas,¡Que noche de insomnio, de aburrimiento y desesperación!.
A la mañana siguiente muy temprano busque en vano un carruaje que me condujese a Lequeitio, pero el servicio aquí no abunda tuve que permanecer 24 horas en Durango y me conformé con ir al día siguiente.
Mis compañeros de viaje y yo trasladamos nuestros bártulos al parador de diligencias.
José Miguel es el hombre más amable y servicial, se ofreció enseguida a enseñarnos las curiosidades del pueblo, después de haber contemplado el ex-palacio del pretendiente, la iglesia de Santa María y Santa Ana, la de las monjas, el juego de la pelota y el cementerio.
Merece la pena citar la magnífica casa del señor Castejón, cuyo jardín es una verdadera maravilla y un palacio que cierto caballero americano construye en una de las principales calles de la villa de Durango.
Las horas restantes las dedicamos al almuerzo, la siesta, cena y el sueño.
José Miguel nos obsequió con unos suculentos manjares y saciamos el hambre, las pulgas de su parador están mejor alimentadas que las del señor Sotero, no nos molestaron así que pudimos descansar unas horas más hasta las cuatro de la mañana.
Una soberbia carroza nos llevó a la nunca bien ponderada Lequeitio.
Creer que en las Provincias Vascongadas se ha de hacer una excursión de 4 o 5 leguas, sin que los caballos tengan que implorar auxilio a los bueyes.
Salinas, Descarga, Elgueta o Azcárate, siempre subir o bajar una larguísima y empinada cuesta la que se halla a la salida de Durango que se llama Muniqueta junto a la sierra de Oíz.
Áspera y dura, difícil fue la subida que se hace menos agradable porque el país siendo bello, está poco poblado, ni abundan los pueblos, de las tres provincias hermanas, Guipuzcoa es la más pintoresca y adelantada en todo, las mujeres, los caminos, los paradores, los habitantes, las comidas y los vehículos todo es mejor allí que en Vizcaya.
Lequeitio mismo no se corresponde con su reputación.
¡Si supiese usted como me lo han ponderado!
Yo creí encontrar un pueblo alegre y limpio, como los de Holanda y me encontré con una aldehuela vieja y triste, que no sería nada sin la playa y sin un hada generosa que se complace en derramar sobre ella sus beneficios.
Si entra usted en la iglesia parroquial de Santa María y oye su magnífico e incomparable órgano, pregunta quién lo ha comprado, si visita el templo llamado de la Compañía por haberlo sido de Jesús, admira su retablo, sus arañas y sus pinturas, si contempla el soberbio palacio que en la misma orilla se levanta, donde hace poco más de dos años encuentran trabajo todos los habitantes del pueblo..
Institución piadosa, establecimiento que alberga enseñanza, dirigidas por seis hermanas de la caridad con 24 huérfanos y todos le dirán que todo esto se debe a la señora de Uribarren, esposa del rico banquero de París, que viene cada año a suelo vascongado a derramar el maná pródigo sobre los infelices del pueblo, que la generosa fortuna les dispensa.
El señor Uribarren compite con su digna compañera en esplendidez y generosidad, que Lequeitio sería un puertecillo como Mundaca, como Ondárroa de quien nadie se acordaría.
Cuando ahora lo visitan las principales familias de España, durante mi permanencia en él, he visto al sabio académico de historia Antonio Cabanilles, al joven y distinguido jurisconsulto  y diputado a Cortes Alejandro Ramirez de Villaurrutia, la del señor brigadier Manso  subsecretario del ministerio de la guerra y el señor Lorenzo de la Somera, la del coronel Miguel de la Vega, las señoras de Azpiroz, Pedrorena, Navarre Zamorano, Medina Villarino, Campuzano, los Condes de Hervías, el señor Luis de la Torre, Guillelmi y otros que no recuerdo.

Estas personas  y las más distinguidas del pueblo tienen todas las noches un punto de reunión que es la casa del señor Uribarren, donde los domingos y días de fiesta se oye excelente música y se bailan polkas, valses y lanceros, la amable señora Uribarren se distingue  haciendo los honores a sus amigos.
También debo de citar al señor Cortabitarte, tenor muy conocido en las primeras compañías de zarzuela y natural de Lequeitio a quién le oí la otra noche hacer alardes de su hermosa voz en el salón  de la señora de Uribarren y al eminente pianista  señor Altuna, a quién su modestia tiene encerrado en un pueblo de Vizcaya después de haber brillado en París, oír tocar  el soberbio órgano de Santa María que ha costado seis mil duros en aquella capital,!Como maneja  el inspirado artista¡ hace llorar, gemir con sus vigorosos y ágiles dedos.
Hay soberanos en Europa que no se hallan tan bien acogidos  en su corte, como lo está el opulento banquero de París, cuando se terminen las obras para el próximo verano, sera un edificio todo de piedra, con jardines a la misma orilla del mar, cuyas olas van a besar el pié de los árboles, un precioso bosque protegido por una elevada  montaña.
No es este el único prodigio  o en su género de Lequeitio, a la entrada del pueblo está el paraíso de Adán, que pudo ser muy bien  la mansión del primer hombre, si como aseguran el vascuence fue la lengua de la primera mujer.
El paraíso en cuestión se llama Zubieta y pertenece a don Carlos Adán y Yarza, ilustre caballero bilbaíno y alcalde de la capital de Vizcaya.
Regias habitaciones, un bosque dilatado, vistas admirables, un cómodo embarcadero para pasear por la ría que lame los muros de 
esa antigua casa.
antigua calle de Durango

He de resaltar la cordialidad con la que somos recibidos en Zubieta y la de cuantos van a visitarla, el buen tono de la señora de Adán,la noble y simpática franqueza de su esposo.
La vida corre dulce y tranquilamente en Lequeitio, si no hay grandes comodidades para el forastero, hay encantos y atractivos  para el artista y para el hombre de sociedad, si no hay placeres ruidosos hay distracciones agradables.
El señor Cabanilles ha recogido multitud  de curiosos datos y documentos que se propone publicar  en un libro que describe este pueblo, con noticias históricas del Lequeitio poderoso por mar y tierra que venció reyes y pescó ballenas.
Y ahora veo que nada he dicho del paseo a Santa Catalina, desde donde se descubre  una mar inmensa y todos los pueblos de la costa, Ondárroa, Mundaca, Deva, Guetaria, Zarauz. San Sebastián....

FIN

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