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viernes, 6 de febrero de 2015

ELOGIO Y NOSTALGIA DEL MÉDICO




Tranvia a Urbi año 1957 en Urazurrutia

Reflexiones intrascendentes en un tranvía:
Publicado en el año 1941,por el doctor Fernando Artiach
Reflexiones escritas de sus viajes diarios en el tranvía,cuando iba a trabajar al Hospital de Bilbao durante los años 1930 a 1942,en medicina general y pediatría.

Por fin llegó el tranvía.El tranvía es un artefacto pintado de amarillo con un letrero delante.Algunos optimistas aseguran que se mueve en las dos direcciones,pero en la práctica veréis que solo marcha en la dirección que no os interesa.En el letrero de delante,con una letra pleonasmo para que nadie pueda leer,está anotada la dirección adonde se dirige.Para obviar este inconveniente,han tapado las letras con un número muy grande,que nadie se ha molestado en aprender.
Llegaba como siempre abarrotado.Intenté subir y unos obreros se pusieron más holgadamente anchos para que no tuviera sitio.
Cuando al fin,tras inauditos esfuerzos,conseguí asentar mis mis pies en un ridículo espacio,me miraron con odio,como si les hubiese arrebatado algo de su propiedad.
Llegué a sospechar si la plataforma la habrían heredado de sus padres.Me hallaba confuso como si el tranvía me llevase de prestado.Envidié el desparpajo de María Teresa.Al cabo de un rato,me decidí timidamente hacer la pregunta que por vergüenza no había hecho hasta entonces.Pregunté con voz muy baja para que solo oyera el que estaba a mi lado:
¿Y este tranvía adonde va?
Me miraron con una mezcla de indignación y de sorna mientras me contestaban:
¿Pues no ha visto usted el número?
Era la contestación que temía.Tuve que confesar todo azorado que jamás había conseguido aprender el número de los tranvías.Uno de los que me rodeaban,uno de esos especialistas de plataforma que saben ponerse muy anchos cuando intenta subir un señor gordo y son muy solícitos cuando la que sube es una modista con piernas bonitas,después de mirarme con desprecio incontenible,me aclaró que nos dirigíamos al hospital.
Respiré al pensar que ya no tenía que interviuvar de nuevo aquellos amables señores.


Junta de Caridad del Hospital año 1908
primera fila de izquierda a derecha vocales,Don Dámaso Escauriza,Juan de Barañano,Vicepresidente Antonio Sagamínaga,Presidente Gregorio de la Revilla,Secretario Francisco de Saralegui,Vocales Leopoldo Díaz,Eulogio Grault.
Segunda fila Vocales Luis de Urigüen,Emilio Vallejo,José de Zarauz,Emiliano Saracho,Leopoldo Elizalde,José Churruca,Juan Carlos de Gortazar,Javier Arisqueta,Antonio Bandrés,Alejandro Navajas y Calixto Zuazo.

Por la puerta abierta llegaba el ruido de las conversaciones de la gente que tenía la inmensa suerte de viajar sentada
Era la gente que se dirigía a la consulta del hospital.Cada uno contaba su caso.Una moza con chulapería de verbena,le explicaba a una vieja que se sentaba enfrente:"Pués mire usted,tía Eufrasia,el primer médico que me vio me dijo que todo el mal estaba en el "apendiz",pero luego fui al hospital y me aseguraron que lo que tenía podrido era "el apéndice"y que había que operar.¿Que le parece a usted tia Eufrasia?
Pues en después me fui donde otro y aquél por fin acertó.Dijo que tenía apendicitis.Ya usted ve.Uno el "apendiz"otro el apéndice y otro apendicitis.Pa que uno se fíe de los médicos.Gracias a que una no es tonta y pensé "Mas ven cuatro ojos que dos".
Fue una de las observaciones que más me sorprendieron al empezar a ejercer mi carrera.La gente humilde nunca se confía a una sola persona.
Mientras las clases de inteligencia cultivada se someten a una delicada operación por el solo consejo de su médico de cabecera,los de extracción cultural inferior ruedan de una a otra consulta por el más inofensivo dolor de estómago,para ver si consiguen coger al médico en alguna contradicción.Se ha escrito poco sobre esta peculiaridad de la psicología proletaria.
Este creerse siempre explotados.Para un proletario nadie es virtuoso,nadie honrado ni inteligente.Su actitud ante el mundo es la de una fiera acosada.
Esta falta de confianza,este considerar al médico no como un amigo,sino como un explotador,modifica también el carácter de este último en un sentido favorable.El médico que abiertamente,con todo cariño,se entrega a su profesión y que una y otra vez es burlado por gente que en el fondo muchas veces desprecia,termina por amargarse y reaccionar ante este repetido insulto con el mismo odio con que el mundo le ha tratado a él.Este primer choque con la vida,hace que ninguna profesión dé un número tan grande de resentidos como la Medicina.Muchas veces cuando el éxito llega,es ya tarde para mitigar el daño causado en este tropiezo de su actividad profesional.Nada es tan insultante para un médico como la falta de fe que demuestra la familia del enfermo,cuando torpemente busca un eufemismo para conseguir una consulta:Sabe usted,doctor tenemos plena confianza en su capacidad,pero ¿No le parece que cuatro ojos ven más que dos?
Esta frase de la multiplicación de los ojos es la más irritante que puede decirse a un médico,pues supone por parte de la familia,no solamente una falta de confianza en su ciencia,sino en su moralidad,ya que el médico que cree puede ayudarle un compañero para resolver un caso y no le llama inmediatamente,es un inmoral.
Pero la familia lleva su castigo en la falta de éxito que tiene generalmente la mayor parte de las consultas cuando no han sido solicitadas por el propio médico.
Un refrán sudamericano dice:Quién tiene un médico,tiene médico.


Médicos del Hospital año 1908

Quién tiene dos médicos,tiene medio médico.Y quién tiene tres médicos ,no tiene ningún médico.
Y es que cuando varios médicos asisten a un enfermo,cada uno trata de descargar su responsabilidad sobre los hombros del vecino.
Cada profesión requiere su clima como las flores
La labor del médico únicamente puede ser eficaz en un ambiente de fe y confianza y,¿por que no decirlo? de amor.
Solo en este clima puede darse buenos frutos terapéuticos.La tarea del médico,nos dijeron el último día del curso,se reduce a lo siguiente:"Curar alguna vez,aliviar muchas y consolar siempre"
Pero ¿como es posible llenar este cometido sin la plena entrega del enfermo?
¿Como podemos aliviar a un enfermo que cuanto siente cerrarse la puerta tras nosotros,le falta tiempo para buscarse en la Espasa las palabras que han sido pronunciadas y poder de esta forma asaetearnos al día siguiente con mil endiabladas preguntas?
Añoro los tiempos de nuestros abuelos,cuando el médico dejaba de ser un hombre como los demás,para convertirse en un taumaturgo,con gafas doradas y luengas barbas.
Su visita dejaba estela de tranquilidad y de paz en la casa.
El médico de aquellos tiempos nunca se equivocaba.Cuando la familia contaba alguna amiga preguntona un caso desgraciado.se apresuraba añadir:Ya nos advirtió don fulano que el pobre no tenía remedio,aunque don fulano nunca hubiera hecha tal advertencia y hubiese sido el primer sorprendido por el fallecimiento del paciente.
Estas reflexiones me entristecían mientras el tranvía,con desesperante lentitud,se acercaba al hospital.
Bilbao es feo siempre,pero desde el tranvía es aún más horroroso.
El silencio crítico musical que asesinó la Boheme una noche tibia de Agosto diría que Bilbao es eficaz,pero no bello.
Aún en contra de la opinión de Emerson cuando afirma que solo lo eficaz es bello,estoy de acuerdo en esto con "el que por el nombre es profeta".
Nada tan deprimente como el contemplar la odiosa calle de la Autonomía.Es un alivio apartar la vista del sórdido espectáculo que se adentra por la amplia ventana,para contemplar a la tobillera que se sienta enfrente con olor sardinas.
Un señor gordo,con vitola de tratante en ganado,corta el hilo de mi pensamiento contando su caso clínico.Afirma,con contundencia de oráculo,que el radiólogo que le exploró el tórax dos días antes,no le permitió quitarse el chaleco al hacerle la radioscopia para así ver los duros que llevaba en el bolsillo y saber en consecuencia a cuanto podía ascender sus honorarios.¿Como podrá la prescripción médica aliviar a este pobre señor gordo,con su desconfianza proletaria?


Fernando Artiach y Maria Luz Quintana
año 1932,en la terraza del hotel Torróntegui
al fondo la Iglesia de San Nicolas

¿De donde procede este desprestigio médico?
Prescindiendo de las causas de todos conocidas,tales como la ridiculización del médico en el teatro y en toda la literatura en general,factores comunes a todas las épocas,creo que este descrédito tienen la culpa los propios médicos.
Dos factores son los responsables de la frialdad del paciente ante el médico.
El materialismo y la especialización.
En todos los estados afectivos hay reciprocidad.
La simpatía brota de dos almas que voluntaria o involuntariamente salen de sí mismas para unirse a la otra.
Simpatía de sim-patos,corresponde a la voz latina "compassio",es decir sufrir juntos.La simpatía se acerca al prójimo para pedirle parte de sus penas.
La simpatía brota del amor,como la antipatía del odio y sentimos simpatía por aquel que nos quiere y desvío por el que nos muestra frialdad. 
El médico de nuestros abuelos era un vejete con la barba blanca y las gafas doradas,que sufría con el enfermo,velaba al moribundo y consolaba a la viuda.
No era un extraño,sino por el contrario,parecía ser el miembro más importante de la familia,por haber depositado sobre sus hombros todas las tristezas de la casa.
No existía aún la especialización y él debía resolverlo todo.
¿Cual es la actitud del médico moderno ante el enfermo?
Es un joven pulcro,rasurado,con muchas palabras griegas en la boca y muy pocas ideas en la cabeza;pero no es esta vacuidad cerebral la que le distancia del enfermo,sino su carencia absoluta de afectividad,su frialdad.Su mirada permanentemente inafectiva.
El enfermo percibe que este joven médico,con gafas de concha,no siente por él más que un interés puramente profesional.
Adivina que al entrar en la consulta,ha perdido toda su personalidad para convertirse en un caso más.
El médico interroga sobre sus dolencias con la misma falta de simpatía con que pudiera ejecutar una reacción química en un laboratorio.
No intenta ni siquiera disimular su falta de compasión.Con insultante cinismo,hasta parece recalcarlo.Habla con indignante petulancia de haber visto otros casos semejantes,como si se tratara de alguna curiosa epizootia de ovejas o gallinas y no se recata de añadir que algunos de ellos terminaron por exitus(muerte),importándole muy poco que el acongojado paciente pueda,al salir de la consulta,informarse sobre el significado de ese vocablo.
Esta cruel indiferencia hace odiosa la figura del médico.
¿Habéis visto nada más ridículo frívolo que la actitud despreocupada de varios médicos en consulta,hablando de la última corrida de toros o de un match de boxeo,a la cabecera del enfermo?
Me diréis que es una actitud fingida para distraerle.Yo también,cuando terminé mi carrera,fui tan ingenuo en creerlo,pero con el tiempo he llegado a la convicción de que el médico actual solo cuida de su prestigio y únicamente siente atracción por el enfermo en cuanto pude ser un caso interesante.
El hecho de que este sufra o deje de hacerlo,le deja frío.
No siento compasión(simpatía) y esta apatía se transmite al enfermo por sentir aversión u odio.
Al terminar su enfermedad pagará sus honorarios(si es que lo hace) con el mismo desprecio con que paga la cuenta de la tienda de ultramarinos.El médico ha vendido su profesión.¿Que cariño,que vínculo efectivo puede anudarse entre un enfermo y los diez o doce médicos que le ven por el más liviano dolor de cabeza y que se lo pasan de uno a otro como si fuera el balón en un partido de fútbol?
Porque es de observar que es muy raro el hecho de que un médico se encargue por entero de la salud del paciente.
Por una cefalagia,os obliga a que os vea el oculista,el otorrino,el especialista del estómago y uno o dos analistas.
Después de esta sangría económica,seguiréis con el mismo dolor de cabeza,pero ya vuestro médico se halla completamente tranquilo por haber diluido su responsabilidad entre sus otros expertos compañeros.
Cada vez que os encuentre en la calle,os asegurará que vuestra dolencia es extraordinariamente interesante y tratará de consolarnos,afirmando que cuando se halle más desocupado,publicará en alguna revista extranjera,con fotografía y todo.Cuando hable con algún colega,mencionará vuestro dolor de cabeza con gran entusiasmo,como si fuerais poseedor de alguna perla maravillosa.Pero no hará nada por aliviaros.
Si timidamente le pedía un calmante,os prescribirá con desgana un específico cualquiera,pero se apresurará a manifestaros que él no tiene ninguna fe en aquel remedio y que le ha visto fracasar en cuantos  casos lo ha empleado.
He citado únicamente la parte frívola,pero ¿que decir de la moralidad? López Ibor,en una reciente conferencia,nos citaba el siguiente caso,publicado en una obra francesa.Un joven que acaba de establecerse se aburre en su consulta porque aún no ha llegado el primer cliente.De pronto se siente un gran estrépito en la escalera seguidos de ayes de dolor,lo que hace suponer que alguien se ha caído y se halla herido.
Su primera intención es correr en su ayuda,pero refrenando este impulso,sigue sentado mientras reflexiona fríamente:"Si salgo a curarle espontáneamente,no tiene por qué pagarme,pero si espero,como soy el único médico que hay en la escalera,vendrán a buscarme y podré cobrar".
A un médico con este concepto mercantil de su carrera deben quitarle el título,lo mismo que aquel que antes de asistir a un enfermo piensa si este estará en condiciones de poder pagarle.
Jesús de Sirac,en el libro Eclesiástico dice que la medicina es la profesión mas noble después del sacerdocio y añade:Honra al médico y da lugar para que obre,que para que te ayude le ha puesto el Señor a tu lado.
Pero ¿como honrar a un médico que ha mercantilizado su profesión hasta hacerla similar a la de un vulgar tendero?
¿Como tener confianza en un médico que vende su receta al contado como un droguero una lata de mata-chinches?
El tranvía ha vuelto a pararse.Es la onceava vez en medio kilómetro.Aún estamos en la encantadora calle Autonomía.Un grupo de mujeres famélicas,con críos y cestos,tratan de subir a la plataforma,ya repleta.
Los obreros de esta se esponjan para que parezca se halla aún más llena.
Hay frases gruesas y lucha violenta por la posesión del estribo.
Por fin el grupo de vanguardia de los asaltantes,logra perforar la barrera de plataformistas y meter una cuña.
Por medio de esta maniobra estratégica,consiguen encaramarse igualmente el resto de las compañeras.
Han llegado a escalar hasta doce personas más,sin contar niños y cestos.La avalancha me ha empujado dentro del coche.
Tengo hasta la felicidad de poder sentarme.Aún queda un kilómetro de viaje.
Antes de que arranque el tranvía se serenan los ánimos y confraternizan vencedores y vencidos.Todos son iguales,carne de hospital.
Nada solidariza tanto como la sala de espera de una consulta.Les une el dolor y el odio al galeno.Este odio,este rencor tradicional por nuestra profesión,que se exterioriza en chistes y burlas,es solo el deseo de escapar a la tiránica necesidad del médico.
Es una manifestación de debilidad.El sentido último de la ironía encierra un contenido de impotencia.La ironía es el arma del débil.
En la relación afectiva que se establece entre el enfermo y el médico hay un complejo de Edipo.El médico es odiado genéricamente por la multitud,pero puede ser específicamente adorado por ella.El médico inspira a la masa un sentimiento bipolar ambivalente,en el que hay tanto de odio irracional como de amor inxplicable.Es la constelación amor-odio,que se estudia en la relación de padre-hijo del complejo freudiano(Sanchís-Banús).

El tranvía empieza la cuesta de Basurto y ha acelerado la marcha,por lo que temo no poder desarrollar con amplitud suficiente tema tan sugestivo,aunque algo oscuro para quien no conozca la psicología de la multitud.El individuo sumergido en esta,pierde su carácter consciente y crítico y se identifica con el alma de la masa.Esta es irracional,es guiada por instintos primarios,sin que la personalidad de los individuos que la integran influya sobre sus reacciones.
Esto explica el hecho paradójico de hombres inteligentes,de sentimientos delicados,de cultura elevada que en un momento formando parte de una multitud(una revolución),vociferan como energúmenos o cometen todo tipo de desmanes y es que su alma ha quedado absorvida por la de la multitud que,en aquel momento,es un todo orgánico,sin que se deje para nada modificar por la forma de ser o de pensar de los individuos que la componen.

La masa ha considerado siempre al médico como un individuo al que hay que derrotar.El médico es un ser superior puesto sobre ellos.No olvidar que la virtud curativa la ejercían en un principio los sumos sacerdotes y luego los reyes.
El médico parecía pertenecer a otra raza superior hasta el momento presente en que ellos mismos tratan de achabacanizar su profesión con su materialismo y especialización.
Fruto de este complejo de resentimiento ancestral es el entusiasmo que despierta en la masa el advenimiento de cualquier curandero.Las invectivas,las burlas,las apostillas se acumulan sobre el pobre médico.
La más vulgar cura del nuevo taumaturgo se corea,se enaltece y es que el curandero no pertenece a la raza médica."El curandero es uno de la masa y este ruge mientras apostrofa al médico:Te vamos a quitar tu posición privilegiada para poner en tu lugar a uno de los nuestros.Colocaremos a otro sobre tí".
Y el curandero sigue su carrera ascendente aupado por la multitud.Pero el curandero,¿cura en realidad las dolencias?
El tranvía ha llegaado al cuartel.Aún queda medio kilómetro para el hospital.¿Tendré tiempo de explicar antes de llegar a él el porqué del éxito curanderil?
Os he dicho que la impopularidad del médico se debe a su especialización y al materialismo.
Habéis comprendido cómo es imposible que un enfermo pueda sentirse atraído por doce especialistas que le miran con ojos impertinentes curiosos,como si se tratase de un sello raro.Podéis sentir cariño por un médico,pero por mucha que sea vuestra capacidad amatoria,vuestro cariño se diluirá y resultará ineficaz si lo orientáis en doce direcciones divergentes.
Y vamos con el segundo punto:El materialismo,somos nietos de aquellos sesudos doctores que en la Sorbona,aseguraban con voz grave que ellos no creerían en el alma hasta que consiguieran disecarla con la punta de sus escalpelos.
Todo para nosotros es materia.¿No vemos lesión orgánica?;pues no hay enfermedad.El enfermo es un cuentista.
Introducimos varias veces una goma muy gruesa hasta el estómago del infeliz paciente.
Operación que este contempla invariablemente con ojos horrorizados.Le hacemos ingerir ante la pantalla diez papillas a cual más repugnantes.Y luego ahuecando la voz para darnos más importancia,le decimos campanudos,dándole unos golpecitos familiarmente en la mejilla,con una confianza que él nunca nos ha autorizado:Nada,nada señor,tranquilícese usted;no tiene nada orgánico en el estómago.
El enfermo no muy convencido,apenas se atreverá a objetarnos:A pesar de todo,doctor,le aseguro a usted que el estómago me sigue doliendo.
Hacemos una mueca de aburrimiento,con suficiente claridad para que el enfermo no pueda pasarle desapercibida,diciéndole mientras le empujamos hacia la puerta:Que sabe usted de esto,señora.Le aseguro a usted que su estómago se halla en perfecto estado.
Su perístole es todo un poema y su antro pilórico es una maravilla.
Y mientras le acompañamos hasta la escalera,seguimos diciendo nombres griegos,sin sentido para ver si le mareamos y nos deja al fin en paz.
Sentados de nuevo ante la mesa del despacho,antes de recibir al siguiente,anotamos en la ficha:Estómago normal,señora oligofrénica sigue arrastrando su gastralgia de consulta en consulta,hasta que al fin,una vecina oficiosa la acompaña donde le curandero y este ¡Oh milagro!,le frota con aceite el epigastrio y el dolor no vuelve aparecer.
¿Que es esto que los médicos vemos una y otra vez y que nos empeñamos en no querer aprenderlo?
¿Sobre que parte de nuestra personalidad actúa el curandero?
El curandero obra sobre el factor psíquico sobreañadido a la lesión orgánica.Todo enfermo adopta una determinada actitud ante su enfermedad.
Al lado del enfermo que con un proceso gripal sigue desempeñando sus actividades con regularidad habitual o, a lo sumo un par de aspirinas sin que nadie lo note,tenemos al enfermo que por un ligero coriza moviliza toda la casa,increpa a la mujer porque no le ha preparado el baño sinapizado,insulta a la doncella porque el ponche no está suficientemente caliente y se irrita con su amigo porque no se compadece suficientemente de su catarro nasal.
Los primeros decimos con Kretschmer,que reaccionan ante su enfermedad en forma asténica y es a los que basa asegurarles que no hay lesión orgánica de importancia para que se translación y queden curados.
Los segundos reaccionan en forma asténica,y a estos no basta con hacerles tal afirmación,sino que hay que tratar su parte psíquica de la misma manera que damos un alcalino para su estómago.
De modo que si a estos enfermos,que por lo general odian y desprecian al médico,conseguimos inspirarles confianza,no necesitaremos medicamentos para aliviarles. 
Nos bastará con percutirles el estómago para que al día siguiente vuelvan entusiasmados a nosotros,asegurándonos  que aquellos golpecitos le han curado radicalmente su afección.Y es que la curación muchas veces no está a nuestro alcance,pero de que no aliviemos más amenudo únicamente es culpa nuestra,por no tratar de incrementar la fe de nuestros enfermos.
Olvidemos,con nuestro concepto mercantil y materialista de la vida,que la fe es la que cura.Si los médicos nos volviéramos humildes,recordaríamos a aquellos dos ciegos que sentados a la orilla del camino a la salida de Jericó,se levantan cuando pasa por su lado una comitiva estrafalaria y a grandes gritos claman diciendo:"Raboni,que se abran nuestros ojos",y el cabecilla de aquella turba,tocándole los párpados,le dice solamente:"Vete,tu fe te ha curado.
Observad que no les dice "yo te he curado" sino "tu fe te ha curado".Y cuando camino de la casa de Jairo,aquella pobre mujer,que se había arruinado en médicos sin conseguir alivio,toca su vestido "con que sólo tocare su vestido sería sana",Jesús al volverse tampoco le dice"hija mía,yo te he curado,sino que repite la frase estereotipada en los Evangelios sinópticos,"hija mía tu fe te ha salvado".
Y cuando el taumaturgo de los ojos grises vio con tristeza la indiferencia de los vecinos de Nazaret,no pudo hacer milagro alguno a causa de su incredulidad.
Recordando estos pasajes bíblicos no me he dado cuenta que ya hemos llegado al término del viaje.Mis pupilas tienen delante la mole roja del nosocomio.
Una voz áspera me saca del letargo.El conductor me pregunta,con esa politesse,típica de los tranviarios:¿No venía usted al hospital? y ante mi gesto afirmativo,añade:"Pues entonces, despeje que vamos a dar la vuelta"
FERNANDO ARTIACH
FIN


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